La apuesta central de la exposición antológica de Edgardo Giménez (Santa Fe, 1942), “No habrá ninguno igual”, que presenta el Malba, con curaduría de María José Herrera, es promover la alegría, e incluye unas ochenta obras entre piezas e instalaciones que abarcan un arco temporal de más de sesenta años.

La alegría es hoy una actitud política, en tiempos en que una buena parte de las propuestas proselitistas ofrecen -a través expresiones desencajadas- violencia, odio, machismo, resentimiento, supresión de derechos y abandono del Estado como mediador entre los intereses particulares y el bien común y como igualador social.

En contraposición con la hostilidad dominante, en la muestra de Edgardo Giménez campea la imaginación, la ensoñación, la fantasía y la sensualidad; La muestra, que acaba de inaugurarse y sigue hasta mediados de noviembre, completa para el Malba un ciclo iniciado con la exposición anterior, “Del cielo a casa”, que funcionó como un repaso por la cultura material (de industria) argentina y fue una suerte de cambalache contemporáneo que le dio voz a los objetos cotidianos. Aquella exhibición había tomado el título del libro homónimo que Hebe Uhart (1936-2018) publicó hace veinte años. La escritora, sin teorizar, ejerció en la práctica una clara solidaridad con el mundo, con las personas, los animales, las plantas, los lugares y las cosas. Filosofía que comparte la obra de Giménez, en la que se despliegan escenas felices como formas de vida posibles.

La muestra se presenta como una gigantesca instalación con la obra del artista. En la que junto a pinturas, esculturas, objetos, muebles y maquetas, exhibe especialmente un conjunto de espacios espectaculares. La espectacularidad es literal, porque remite, entre otras, a la recreación y reconstrucción de escenografías y decoraciones que Giménez realizó para el cine en los años sesenta.

Así como Manuel Puig no tomaba de la literatura los ‘materiales’ para sus novelas, sino que lo hacía de las películas de los años cincuenta, Edgardo Giménez también alimenta en parte su obra con fuentes cinematográficas, tomando el cine como aquel lugar donde todo es posible.

Dos de las reconstrucciones realizadas para la exposición son las habitaciones que el artista diseñó para las películas Psexoanálisis (1968) y Los neuróticos (1971), de Héctor Olivera, ambas dedicadas a tomarse en broma el psicoanálisis que imperaba por aquellos años. Las dos películas se rodaron durante la dictadura de Onganía, pero la segunda (una suerte de continuación de la anterior), que había sido terminada en 1969, fue prohibida por el oprobioso Ente de Calificación Cinematográfica (que el gobierno de Alfonsín daría de baja en 1984) y luego de varios cortes impuestos por la censura oficial, pudo estrenarse en 1971.

Otra de las instalaciones reproduce la sala de los espejos que Giménez ideó cuando realizó el interiorismo de la casa del matrimonio Romero Brest en el barrio de Recoleta.

El ritmo de la muestra, además de los colores y la retroalimentación y la confluencia con el mundo de la publicidad, lo marcan aquí y allá una fauna (integrada por monos, conejos y también ranas, mariposas y arañas) que, como en las fábulas, presentan aspectos humanizados, que generalmente remiten a la picardía o, como más precisamente define el artista sobre los monos, a las monerías.

La exposición se abre con la escultura hiperrealista a escala natural de Divine, nombre artístico del actor y cantante Harris Glenn Milstead (1945-1988) que interpretó a una drag queen en la película Pink Flamingos (1972), de su amigo de la infancia, John Waters. Divine se transformó en un ícono LGBT+. El personaje, vestido de rojo furioso, se muestra apuntando con un revolver, como en el afiche original de la película. Se trata de la obra menos ingenua de la muestra (por la irónica invitación armada), y de algún modo podría pensarse como un homenaje manifiesto o tal vez, directamente, como un manifiesto.

La muestra sigue con más instalaciones recorribles y se completa con una playlist a modo de banda de sonido, seleccionada por el artista, más un catálogo (de doble edición, en español y en inglés), que expande la exposición y muestra muchas piezas vinculadas al diseño gráfico, una amplia investigación y, entre otros, un ensayo de María José Herrera.

* En el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 13 de noviembre. Las entradas generales cuestan $2000 (los miércoles a mitad de precio); estudiantes, docentes y jubilados, $1.000. Menores de 5 años y personas con discapacidad, gratis.