Quedan tres sábados para ver Errante, la conquista del hogar, la película de Adriana Lestido producida por Lita Stantic. Es algo que merece ser advertido ahora que el frío trae un poco de cordura al invierno, ahora que se puede habitar sin desconcierto la estación en la que se registró la marca de temperatura promedio mundial más alta en los últimos ciento veinticinco mil años. Un récord que es una amenaza.

La película es fascinante, pero si digo “ahora” con esas marcas que acabo de subrayar es porque habitar esas meditaciones visuales que propone es dejarse avasallar también por las fuerzas que podrían arrasarnos mientras permanecen ellas con su sonido, su majestuosidad, su completa indiferencia a eso que creemos nuestra casa: la humanidad. Tan poca cosa.

Una mujer decide aventurarse en soledad al Círculo Polar Ártico. Se somete a la inclemencia de un territorio que nunca se calla. Chillan los pájaros, brama el mar, el viento es una cuchilla que se afila en los oídos. Usa un trípode como bastón aunque no lo necesite, es un apoyarse con el brazo sobre los hombros de alguien que camina consigo. La cámara es su espejo y su compañera, la que ve más allá de lo que se ve; los ojos de Lestido no van tan lejos como ella. Sabe, sí, que hay que estar expuesta como la lente para que la habite la luz. Hay que quedarse hasta que aparezca lo que intuye que está allí. Y no lo captura, invita, deja llegar esa animación de sombras, vapor, un sol oblicuo y amortiguado, la estridencia transparente del hielo en el mar.

En los títulos del comienzo dice: un documental de Adriana Lestido y cae la pregunta como la nieve sobre la retina ciclópea de la cámara. ¿Qué es lo que documenta? ¿Una hora liminar de este mundo que creemos conocer? ¿Todo lo que anima eso que suponemos que no tiene vida? Hay algo estremecedor en las imágenes de una cámara que está siempre fija sobre paisajes desiertos, el adjetivo es incómodo porque podría aludir al miedo y no se trata de eso sino de una vibración que es en el cuerpo pero en ningún órgano. Como si se abriera otra forma de percibir que requiere toda la atención. Una manera de estar, estar completamente.

No hay ninguna historia en la película, hay tiempo. Múltiples capas de tiempo visibles por sus efectos. En el tallado de las piedras, en la piel lisa de las montañas que han recibido por siglos la lamida del viento, la corrosión del hielo; el que transcurre en cada toma, necesario para abandonar todo gesto y dejarse atravesar. Para ver con la directora los seres que aparecen y no tienen nombre, a los que tampoco se puede llamar seres. Tal vez lo que vemos es memoria, esa palabra tan transitada y unida también al tiempo que aquí no vuelve la vista atrás sino que se instala como un continuo de tiempos y estaciones pasando en esa experiencia, voy a insistir, de estar.

¿Qué hogar conquistó Adriana Lestido? ¿Uno que funde los límites como se funden las nubes con la montaña, la niebla con el calor de los cráteres volcánicos, el agua con el vapor? ¿Es el hogar ese arcoíris que hace saltar las lágrimas con la primera voz humana que se escucha en todo el film, la canción de Nick Cave que dice que todo el mundo está perdiendo algo? ¿O es la paz mental que promete la misma canción? No se puede contestar con palabras ninguna pregunta, sirven para formularlas. Las versiones de esta película podrían ser tantas como espectadorxs porque las imágenes se proyectan a la vez en la experiencia propia, en una superficie indeterminada que es necesario abrir, dejar expuesta, así como lo hizo la directora.

La experiencia hace su propio camino, la emoción que provoca no es de este mundo, al menos no en la propia versión que ha quedado impresa en mi cuerpo. Hay un viaje cósmico -que la caricia verde de las auroras boreales acuna-, una noción que no es de esta era de cómo es posible mirar el cielo y saber que es sólo una estela de lo que fue. Así como nuestra huella será menos que eso alguna vez si se quiere nombrar en singular. Es en esa colaboración entre elementos y sangre que late -¿cuánto amor se puede sentir por el ojo de un caballo que debajo de las crines desafía el viento huracanado?-, entre memoria y presente, entre hogar y riesgo, en esa errancia que fragua la magia, la hechicería de esta película que no se termina cuando se encienden las luces. Queda titilando como una supernova. Esa memoria, tal vez, sea el hogar.

(Quedan pocas entradas para ver Errante, se pueden comprar acá, las funciones son los sábados de julio a las 18 en el Malba. De todos modos, si hay demanda de público la película continuirá en exhibición durante agosto)