Es invierno del 2002. Tengo 18 años. Vivo en un departamento enorme en Belgrano con mi mamá. Mi papá se fue un año antes en medio de una ruidosa separación y mi hermana, como muchos otros jóvenes, acaba de irse a probar suerte a un país del norte. Así que ahí estamos, en silencio, cada uno viendo qué hacer con esa nueva vida. Acurrucándonos en la soledad. 

Meses atrás, empecé a estudiar marketing, pero ya sé rotundamente que eso no es lo mío y que en ese lugar no hay nadie con quien quiera conversar, pero bueno, la crisis, 2001 y estudiar algo que "tenga salida laboral". Cada mañana asisto como un autómata a esa facultad y cuando se hacen las 11 algo adentro mío me eyecta. Entonces camino solo y en silencio por las calles de Barrio Norte y llego a veces a los cines de Recoleta. Ahí me refugio de esa soledad que me tiene destemplado. 

Recuerdo un día en particular de aquel invierno, hacía mucho frío aún dentro del hall. Me paré frente a la boletería, busqué la película que estaba por empezar. No la que me gustaba. No la que me interesaba ver. Entonces mis ojos leyeron "Hable con ella - 11.40" Saqué una entrada sin siquiera saber de qué se trataba, de qué origen era, ni quién la había dirigido. 

Hable con ella es la película número 14 del director Pedro Almodóvar. Fue la primera que vi, hasta ese momento, entera y en el cine. Fue la película con la que ganó un Oscar a mejor guión original. Y es la película que veré desde ese día dos o tres veces al año o cada vez que me sienta perdido, como si fuera un faro.

En la primera escena dos mujeres vestidas de camisón deambulan con sincronicidad y con los ojos cerrados entre mesas y sillas, "como sonámbulas" le dice Benigno a Alicia, una escena después mientras la higieniza.

Alicia está postrada en una cama, en estado vegetativo, luego de que un auto impactara contra ella y Benigno es su enfermero y, sabremos luego, su enamorado y también su abusador. Benigno también le cuenta a Alicia que junto a él había otro hombre que había llorado emocionado durante la función. Alicia, claro, no lo escucha,  aunque él afirma a lo largo de toda la película que sí que lo escucha y como a quien dice haber visto a la Virgen o a un extraterrestre, ¿quién es uno para contradecirlo?

Ese otro hombre que llora es Darío Grandinetti interpretando a Marco, un hombre solitario y hermético, que vuelve a llorar muchas veces a lo largo de la película, que se enamora de Lydia, una torera que es embestida por un toro descomunal en una corrida, y al igual que Alicia termina en estado vegetativo.

Esos dos hombres representan dos caras de la misma moneda, dos formas de soledad. O al menos dos maneras válidas de transitar ese ¿estado? ¿sensación? ¿sentimiento? ¿devenir?.

Este tipo de soledad, la que refleja Marco, es una soledad que llega y que cuando uno se da cuenta ya se le ha pegado a los huesos. Una forma de soledad contra la que es difícil luchar, que te adormece y que es capaz de adueñarse de uno para siempre, o, en el mejor de los casos, hasta que la vida irrumpa y te saque de esa especie de hechizo maléfico. Esa soledad a la que uno puede acostumbrarse porque de tan profunda se vuelve cómoda como una de esas remeras derruidas que usamos durante años para dormir. Una soledad que te quita el habla, que te aleja de todo y de todos y que te deja como a Marco pasando la mitad de la película cuando después de saber que lo suyo con Lydia estaba roto desde antes del accidente y que su lugar ya no era junto a ella, reaparece un tiempo después en una solitaria playa de Portugal mientras escribe una de esas guías de viajes que suele escribir. Pero entonces la vida efectivamente irrumpe, una noticia en el diario: Lydia murió y cuando llama a la clínica una noticia peor se estampa contra él. Benigno, su amigo está preso por haber abusado y embarazado a Alicia. Desde ese momento hasta que la película termine Marco emprende un viaje que lo llevará a arrancarse esa soledad que lo ha dejado inmóvil, a emprender un nuevo camino. A hacerse cargo de su amigo y de los restos de su propia vida. A ponerse en movimiento.

Está la soledad de Benigno, esa que quizás viene arraigada a uno desde el nacimiento, esa que te vuelve distinto, que no te permite pertenecer ni a la familia, ni al grupo de amigos del colegio, ni a nada. Esa soledad que te hace vibrar en otra frecuencia. A la que uno no se acostumbra y contra la que se rebela y se enoja. Esa soledad de la que uno busca desesperadamente escapar así sea enamorándose de alguien a quien apenas conoce de mirarla por la ventana, como conoce Benigno a Alicia, o de alguien que no tiene ni siquiera la capacidad de devolverle una mirada o un gesto como termina siendo esa especie de relación entre ellos. Esa soledad que parece un destino inevitable o una prisión como esa en la que el personaje interpretado por Javier Cámara no quiere estar y para ello decide también ponerse en movimiento y escapar quitándose la vida. 

Volví caminando desde Recoleta hasta Belgrano después de ver la película aquel día. Mentiría si dijera que fue esa misma tarde en que entendí todo esto sobre la soledad. No llegué y cociné y le dije a mi mamá que habláramos para sentirnos menos solos. No salí ese mismo día a hacer nuevos amigos ni a encontrar alguien a quien amar. La vida real no es como esas películas que cierran con un moño. Tampoco Hable con ella que termina con el inicio de otra historia, la de Marco y Alicia. 

Si me acuerdo que unos días después, salí de la facultad y mientras hacía unas fotocopias me compré un cuaderno de tapa roja que estuvo en mi escritorio sin ser usado por algún tiempo. Hasta que unos meses después me anoté en un taller de escritura. El primero que hice. Y entonces sí, algo en mí se había puesto en movimiento.

Nicolás Diodovich es guionista, director y escritor. Co dirigió el largometraje Línea de cuatro (2017) y escribió la película chilena Algunas bestias (2020). Trabajó con reconocidos directores y productores en series como Terapia alternativa y El presidente, temporada 2. En 2022 publicó en España y Argentina su primera novela, Tiempo compartido (Paripé books). Actualmente se encuentra escribiendo dos series para distintas plataformas y desarrollando Dependencia, su segundo largometraje como director.