En Lame Lima, el nuevo libro de Martín Villagarcía, hay mucho ritmo, movimiento, desplazamiento; es un texto inquieto cuyo protagonista marcha hacia adelante: se abre paso en la ciudad de Lima de la mano de familiares a quienes visita y de amantes provistos por Grindr y sólo de vez en cuando se detiene y mira hacia atrás. El tiempo está volcado hacia adelante y ello, más que una decisión estilística para armar la trama, parece que es su filosofía de vida (decidida mas no elegida).

Hay algo su trabajo anterior (Nunca, nunca, nunca quisiera volver a casa, De Parado, 2021) que puede encontrarse aquí: estar fuera de Buenos Aires es un hecho de des-localización que sienta las bases para un trabajo de exploración y auto-conocimiento. En Lame Lima el tono es menos turístico y bastante más íntimo, las actividades de biografización del protagonista son más intensas porque necesita pensar el futuro luego del quiebre de su pareja, ante la inminencia de la muerte de su abuela y porque Argentina no le resulta un lugar amable para vivir.

La crónica se torna muy bella cuando el narrador acumula encuentros sexuales de alto voltaje, con distintas personas (cada persona es un mundo y un cuerpo singular), en distintas locaciones, con distintos aditivos químicos, que le despiertan distintas sensaciones. Como dije, así (volcada hacia adelante) la trama avanza en detalle hasta que llega un fugaz momento reflexivo (onda relámpago) en el que se pregunta si él es él o en qué se ha convertido o puede convertirse, tomando como punto de referencia al joven gay que vivía con su pareja en Buenos Aires. El lector se queda con la sensación de que el traslado geográfico y la hípersexualización del protagonista le sirven para, de alguna manera, desfigurarse y, tal vez, para refigurarse.

El libro tiene una prosa llana y enfáticamente genital; sin embargo, pocas veces me ha sucedido que un texto me haga pensar tanto en el poder desestabilizador de los actos sexuales, en todo el viaje de exploración interior que puede inducir el coito (enceguecen miembros, orificios, lenguas, gemidos, semen, miradas que no se corren), por más pocket y liberado de compromisos sea.

Pensaba: ¿el protagonista es el mismo lejos de su casa? ¿sus pesares se trasladan con él, con la misma fidelidad de una sombra? El texto tensiona y creo que no brinda una respuesta aunque sí algunas pistas: la distancia no anula los problemas pero estimula un nuevo estado de conciencia que, de varias formas, los neutraliza o los hace ver de otra manera. Mejor alejarse, entonces; mejor amasarse con cuerpos que habiten el nuevo escenario; ve mejor el que está lejos y cogió más. La patria es el no-lugar. Un cifrado elogio al nomadismo me pareció encontrar en varios pasajes, especialmente en aquel donde el narrador vuelve indisociable el encuentro de un amor con llevar, por las dudas, el vestido de novia en la cartera: yirar para encontrar. Yirar: acción opuesta al sedentarismo (y por antonomasia).

Seguro que Villagarcía no se lo propuso pero Lame Lima contiene otro mensaje cifrado. Sus destinatarios son los tecnofóbicos, especialmente aquellos que sienten aversión hacia Grindr. Nada menos parecido a un “accesorio” existencial (externo, tecnológico, artificial), la aplicación tiene con el protagonista la misma relación simbiótica que un tatoo con un pectoral. Encuentros dentro de dos minutos, encuentros luego de varios días de conversación, Grindr en la mesa familiar, en el aeropuerto, en el colectivo, Grindr para entreverarse con cuerpos de todo tipo. Grindr, app geolocalizadora, el gran actante facilitador de la vida de este inquieto muchacho des-localizado que no quiere ahogar sus penas, que sólo busca verlas de nuevo mutiplicando su yo, fabricando dobles de cuerpo lejos de casa, lamiendo Lima.