“Sí, nací en Mendoza, viví toda mi vida acá, en las afueras del centro, en un pueblo llamado Chacras de Coria, en Luján de Cuyo, al sur de la Capital. Calle de tierra, fincas, y siempre la montaña como referencia en el horizonte”. La serenidad con que Federico Calandria habla de su vida –menor de seis hermanos, dibujante desde que tiene memoria, autodidacta por decisión y lector apasionado de sus coterráneos Quino, Scafati, Juan Giménez y Julio Le Parc– se corresponde con la claridad con que reflexiona acerca de sus oficios: el dibujo, la ilustración, el diseño, la pintura, el street art, la escultura y la animación, maneras de mirar y contar que se entrecruzan en El salto de Helena, su primer libro de historietas, editado por Hotel de las Ideas.

La historia creada por Calandria tiene fecha y lugar reales: 26 de enero de 1985, alrededor de la medianoche, cuando Mendoza tembló durante 9 segundos y, según las mediciones, el sismo alcanzó en ese tiempo los 6,3 grados en la escala Richter con una intensidad de 7 grados en la escala Mercalli. Las radios anunciaron, luego, muertos, heridos y decenas de casas destruidas en varios puntos de la provincia. Ese mismo día, en la localidad de El Salto (donde se encuentra la famosa cascada) llegan a pasar sus vacaciones dibujadas una niña llamada Helena, su madre y el novio de ésta. El temblor hizo vibrar la cabaña de alquiler y ése fue el primer salto (la cruel realidad mueve el piso) que debió afrontar la joven. A la mañana siguiente, al salir a recorrer el bosque, entre liebres gigantes y hongos de gran tallo, Helena encontró un pequeño extraterrestre herido producto del sismo. La niña lo esconde en un pequeño santuario popular de la Difunta Correa, lo cuida y lo alimenta. Recuperado, el ser extraplanetario retribuirá ese gesto ayudándola a cometer el gran salto de su vida: poner en su lugar al novio de la madre, un monstruoso abusador.

“En épocas de cuarentena me enteré de un concurso de novela gráfica de ciencia ficción y me dieron ganas de presentarme, era una excusa para producir. Pensé entonces en una historia que tuviera un monstruo perseguido por los humanos, pero que al final la ecuación fuera que los humanos eran más peligrosos que el monstruo. Y salió. Al mismo tiempo quise reflejar cómo el sistema va contaminando la pureza de los niños, el abuso al que son expuestos desde pequeños. Helena logra trascender y liberarse de eso a través del arte, el juego, el amor, la colaboración y la imaginación. La escribi mientras la iba dibujando, los textos y las imágenes se fueron retroalimentando. No llegué al concurso pero me quedó el trabajo”, comenta Calandria y agrega que una de las fuentes de inspiración fue el mito popular que se creó alrededor de aquel terremoto cuando varios testigos afirmaron haber visto en el momento del sismo destellos en la montaña que luego atribuyeron a la caída de un ovni o a un misil norteamericano en la zona del dique Papagayos. “Ese ambiente era perfecto para el contexto de mi historia”.

Pero El salto de Helena no se reduce a la trágica aventura de una niña (el fin de la infancia como un tiempo de violentos sismos) sino que ofrece al lector otra gran aventura: la de asistir cuadro a cuadro a la visión de una naturaleza en estado casi edénico, es decir, viva, amenazante, imprevista. “El paisaje como inspiración, como estimulante de la imaginación, un contenedor de historias”, insiste Calandria porque sabe que la naturaleza es el gran personaje de todas sus obras y que, en este libro, es también el gran espejo donde se refleja el infierno en el que viven los hombres. Detalle, éste, de suma importancia, porque la naturaleza cordillerana no está representada como telón de fondo, sino como la verdadera heroína de la historia: gracias a sus organismos tanto la niña como el extraterrestre logran sobrevivir a partir de la inserción en el cuerpo de diversos frutos. 

La presencia de los universos naturales es una marca distintiva del trabajo de Calandria. Desde hace mucho tiempo el artista mendocino construye su obra (recibió premios en Argentina y Europa) a partir de una reinterpretación del paisaje cordillerano impulsada no sólo por imágenes oníricas (algo que recuerda a la naturaleza del aduanero Rousseau) sino por cierta obsesión de dar cuenta de formas y colores que lo emparentan a un naturalista que empecinadamente busca demostrar cómo aún en el paisaje intervenido por el accionar destructivo humano es posible ver los restos del edén que supimos perder.

Osos, pumas, conejos, búhos y cóndores de colores alegres habitan los principales trabajos de Calandria tanto como ilustrador para editoriales (Planeta), como para bandas de rock (Mi Amigo Invencible, Usted Señálemelo o Perras On The Beach), para revistas (Fierro, Playboy o Bazofia Comics, de la cual es editor), para libros (Informe, la antología de nueva historieta editada por EMR) y hasta para sus murales, sus intervenciones urbanas y sus pinturas expuestas en diversas ciudades de Europa. Ya en 2018, cuando editó su primer libro recopilatorio titulado Mundo humanoide, ese universo edénico se cruzaba con una visión de los hombres también en estado primigenio.

“Mi obra está repleta de animales, me gusta representarlos de manera simbólica. Me divierte crear seres nuevos, crear mi propia fauna combinando distintos seres, robotizando, hibridando especies. Desde que era pequeño, cuando me pasaba las largas siestas mendocinas llenando cuadernos de dibujos, tengo fascinación por los seres fantásticos. Por lo mitológico, los monstruos, el misterio. El arte me da la posibilidad de jugar a ser un dios que puede crear seres nuevos, crearles un mundo y un paisaje, hacer que interactúen”, comenta y luego agrega acerca de cómo su visión del paisaje cordillerano se convirtió en marca: “La montaña suele estar presente en un gran porcentaje de mis obras. Me gusta ir a la montaña cada tanto a cargarme de energía, lo siento cómo una necesidad, me conecta conmigo mismo, me gusta pensar en la montaña como un hardware gigante de almacenamiento de información cósmica ancestral. Mi inspiración ocurre entre la paz de la naturaleza y el aturdimiento de la ciudad, esa retroalimentación me nutre creativamente”. En El salto de Helena, Calandria pinta y celebra su aldea con temática exótica, mientras asegura haber entrevisto el Paraíso entre lejanas montañas mendocinas.