A partir de la pandemia y las restricciones a la circulación, el psicoanálisis, como tantas otras actividades, avanzó hacia la combinación de la modalidad presencial y la virtual. En este sentido, si bien profesionales y pacientes se adaptaron a la terapia mediada por pantallas, las opiniones sobre el cambio son variopintas: por un lado, están los que privilegian la comodidad y enfatizan las posibilidades de acceso que se generaron para personas que vivían lejos de sus analistas y, por otra parte, se encuentran los que valoran el cuerpo presente como un aspecto insoslayable. Página 12 conversó con psicoanalistas y con personas que asisten a sus sesiones desde computadoras, tablets o teléfonos para conocer la actualidad de un fenómeno que gana terreno y empuja a repensar la disciplina.

“Con la pandemia nos vimos obligados a reinventar nuevos dispositivos. El miedo, la angustia, la enfermedad y la muerte nos llevaron hacia ello: si bien desde antes ya teníamos pacientes que requerían la virtualidad porque vivían lejos, eran casos excepcionales. Incluso, entre colegas nos mirábamos raro cuando contábamos que atendíamos de forma remota”, señala Nora Merlin, psicoanalista, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires.

Ana Cavagnaro, psicóloga (UNLP), es de las profesionales que conciben que no existen demasiadas diferencias entre la experiencia virtual y presencial. Desde aquí, afirma: “Mediante las plataformas virtuales se puede reemplazar muy bien lo que ocurre en el consultorio. La transferencia sucede de una manera muy parecida a lo que pasa con una terapia presencial. Quien llega tarde a una sesión presencial, también lo hace en la conexión virtual; de igual forma que quien suele llegar puntual: cuando nos comunicamos por internet está conectado con el cafecito aguardando a ser atendido”. Cavagnaro refiere a que se crean las mismas escenas y conductas: “En lo virtual también se ve la sintomatología del paciente puesta en acto”. La posibilidad de realizar sesiones de manera remota vuelve a la práctica psicoanalítica más accesible. Asimismo, el hecho de estar de cuerpo presente tampoco es garantía de que la terapia funcione.

La chance de realizar el trabajo mediante una computadora, una tablet o un celular también condujo al replanteamiento teórico y epistemológico de muchos profesionales. “Muchos creían que si era a distancia ya no se podía hablar de psicoanálisis. Buena parte de los que apoyaban esta postura se llevaron un chasco. Ya dejó de ser una mala palabra atender por Skype. Todavía falta que pase el tiempo para poder tener una noción precisa del cambio y sacar conclusiones”, dice Merlin. La psicóloga cuenta que en su caso particular opta por complementar ambas: combina algunos días de atención presencial con otros de terapia virtual. Por estos meses, se abrió una suerte de etapa de transición en que cada paciente elige qué opción escoge. La hibridez, que también se observa en otros escenarios, prevalece.

Antecedentes y obstáculos

Si bien la pandemia aceleró el proceso de virtualización de muchas prácticas que antes quedaban circunscritas al orden presencial, lo cierto es que existen experiencias previas. En 2018, Cavagnaro y una colega crearon un sitio web para ofrecer el servicio de psicoanálisis a distancia, con el propósito de atender a pacientes locales radicados en el exterior que, por algún motivo –diferencias culturales, idiomáticas, o dinero, etc.– preferían ser tratados por profesionales de Argentina. “Desde un comienzo tuvimos éxito. Sin embargo, también es verdad que fuimos muy criticadas por nuestras colegas. El psicoanálisis tiene una orientación ortodoxa y la presencia del analista hace acto; nadie entendía muy bien de qué manera podría funcionar si no estaba el cuerpo presente del analista”. Pronto, la psicóloga comprobó a partir de su trabajo que, en verdad, no importaba tanto la presencia física sino la voz del psicoanalista.

No obstante, no todo es tan sencillo: como cualquier transformación, también presenta obstáculos y desafíos. Para Cavagnaro, el manejo del tiempo (días y horarios de la sesión) y la forma en que el paciente abona deben precisarse, porque son pautas que suelen desfigurarse. “Tenemos pacientes en Mallorca (España) y en el invierno, ante el cambio de horario que afrontan, nosotros también nos adaptamos desde aquí. Lo mismo con la paga: ya no es en efectivo, sino por transferencias, con lo cual, muchas veces se retrasan o simplemente se olvidan de pagar”, describe.

Otra de las dificultades mencionadas por los especialistas consultados es que, con la comunicación vía Zoom, “quedan atrapados en su propia imagen”: un fenómeno que podría relacionarse con hablar en frente del espejo. “Me siento más cómoda viendo al paciente para seguir de cerca sus gestos, sus movimientos, si se pone nervioso, si está tranquilo. Por eso bloqueo mi cámara o la minimizo”. A partir de la pandemia y las restricciones impuestas, todos los psicoanalistas –incluso los que se resistían– debieron pasar a la modalidad virtual para continuar trabajando. “Los que me criticaban porque desde antes del coronavirus atendía de forma virtual, ahora atienden hasta por teléfono. Ni siquiera los ven y funciona también”. De hecho, hasta el propio Sigmund Freud atendía a algunos de sus pacientes por correspondencia.

Pacientes: entre el alivio y el fastidio

El coronavirus hizo que la adaptación por parte de profesionales y pacientes fuera mucho más acelerada. Así lo comprende Merlin: “Los pacientes tuvieron menos resistencias que los analistas, les costó menos”. Y continúa: “Al mismo tiempo, en muchos casos percibo que existe un encierro voluntario”. Desde su punto de vista, muchos aún apuestan por encuentros virtuales a pesar de que se les brinda la chance de las sesiones presenciales y colocan “todo tipo de excusas” para no asistir de cuerpo presente. La pandemia, como fenómeno social total, dejó consecuencias: el sufrimiento psíquico que produjo una situación de excepción persiste en muchas personas.

Laura, paciente consultada por este diario, indica: “La virtualidad me permitió continuar con mi psicoanálisis en medio de mi pánico a esta pandemia. Le tengo miedo al virus, a salir. Atenderme a través de una pantalla no disminuyó un ápice la calidad de mis sesiones. Por el contrario, me protegió del contagio y de la posibilidad de exponerme a la covid”, cuenta. Luego profundiza su descripción para narrar cómo pudo aprovechar la virtualidad para no abandonar una práctica que la alivia. “Fue y es una experiencia excelente. Deseo salir y vivir plenamente como lo hice toda mi vida, pero la realidad es que internet me permitió saltar mi pánico a salir sin perder mi análisis, que es el único espacio en el que puedo hablar absolutamente de todo. Si no hubiera existido esta herramienta, no sé en qué estado estaría hoy. Es lo único que me tranquiliza”, completa quien desde hace cuarenta años realiza psicoanálisis y debió pasar a la virtualidad a partir de marzo de 2020.

Sin embargo, no todas las experiencias son igual de positivas. María Eugenia confiesa: “Por teléfono es muchísimo peor. Nunca llegué a sentirme cómoda porque no veía la devolución. Siento que perdimos la conexión que había con mi terapeuta. Compartir el mismo lugar es fundamental”. En esta línea, Mariana subraya otras desventajas: “Si bien es más cómodo porque no se pierde tiempo en ir hasta el consultorio; hay otros impedimentos como la mala señal. Es feo que se congele cuando estás hablando. Las emociones se comunican mejor cuando se comparte el espacio”.

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