Para cualquier argentino y/o argentina que creció con sus pupilas bombardeadas por los rayos catódicos de decenas de títulos, la posibilidad de trabajar en algo relacionado a la industria de videojuegos pertenecía al reino de la fantasía, la imaginación y los sueños. En gran parte producto de las asimetrías del modo de producción actual.

Si bien desde los '90 los jugadores argentinos podíamos sentirnos parte de una "comunidad global", la posibilidad de tener un rol activo en la producción de videojuegos durante esos años, y hasta bien entrados los 2000, era casi imposible. Apenas un sueño.

Sin embargo, ya no es novedad que desde hace al menos una década las compañías argentinas dedicadas a la creación de videojuegos no paran de crecer. Hoy existen posibilidades reales de insertarse laboralmente en una empresa de este tipo y tener una carrera participando de la creación de videojuegos desde Argentina para el mundo.

Y no solo en puestos técnicos como desarrollador o programador (sin dudas la alternativa más evidente) sino también desde competencias más asociadas a lo creativo como la escritura, la ilustración, el diseño, la publicidad y un largo etcétera. Por eso, joven estudiante de Letras, Comunicación, Periodismo, Filosofía o afines: no desesperes, también hay lugar para vos.

► Una industria con todo tipo de talles

La industria argentina del gaming tiene fauna de todos los tamaños. La nave insignia es Etermax, creadora de la franquicia Preguntados (2013), que gracias a sus trivias supo liderar rankings globales. Con presencia en más de 180 países, hoy cuenta con más de 600 millones de descargas a nivel mundial, y más de 150 millones de usuarios activos anuales. Una locura.

Este gigante argentino con base en el barrio porteño de Villa Urquiza emplea más de 500 personas en todo el mundo, distribuidas en seis países (Argentina, Alemania, Uruguay, México, Brasil y Colombia). Y según le informó la empresa a El NO, un 25% de esa plantilla está ocupada por puestos creativos.

En la otra punta del espectro está la gente de LCB Game Studio, con sus "pixel pulps". El estudio está comandado por Nicolás Saraintaris, un multifacético humano cuyas aptitudes van desde escribir novelas a crear videojuegos, y Fernando Martínez Ruppel, un ilustrador de los que quedan pocos.

Los chicos de LCB están cerca del lanzamiento de Mothmen 1966, juego que ya se puede agregar en la lista de deseados de Steam. Es una aventura de texto donde los píxeles cumplen la función principal de crear atmósferas muy vívidas. El juego es como una especie de Elige tu propia aventura digital y pasado de rosca.

El estudio cerró un deal con el publisher Chorus Worldwide, lo que equivale a conseguir la financiación necesaria para que el juego se produzca y tenga un buen lanzamiento.

Hoy, para los estudios de tamaño chico y medio ése es el juego dentro del juego (el "metajuego"): como no se pueden dar la opción de financiar su propio proyecto, necesitan de un publisher que lo haga. Es un poco el equivalente a pegar contrato con una discográfica en los '80 para producir un disco. Conseguir un buen publisher que financie el proyecto es una herramienta clave para navegar las siempre turbulentas aguas de la economía argentina.

En el medio del espectro podemos señalar dos proyectos destacados. Saibot Studio, creador del juego Hellbound (2020), un hermoso FPS inspirado en Doom pero con todos los agregados que permite la tecnología contemporánea. Y Tlön Industries, comandado por el ya legendario Javier Otaegui, creador del multipremiado Per Aspera (2020), en el cual tenemos la misión de terraformar Marte.

Ya sea en un gigante de los juegos mobile, en un microestudio que crea aventuras de texto y pixel art, o en una pyme que crea FPS o juegos de estrategia, trabajar en la creación de videojuegos argentinos para audiencias globales ya no pertenece al reino de la fantasía sino que es parte de la ¿nueva? realidad.