A los 87 años, por medio de un video que circula por las redes sociales, Alfredo Moffat, psicólogo social, campeón de la solidaridad, personaje entrañable, se vio obligado a solicitar “una ayuda económica para sobrevivir”. Moffat hace referencia en el mensaje a su reconocido trabajo “en las villas miserias (como se decía en los años sesenta y setenta) y en los manicomios”, poniendo el cuerpo y sin cobrar un peso, para “ayudar a la gente pobre” con problemas psicológicos. Ahora es él quien está pidiendo “una retribución”.

En diálogo con Página/12, Luciano Moffat, uno de sus hijos, contó que tuvo que ayudarlo con el video, una tecnología a la que el viejo maestro maneja y recurre sólo en cuentagotas. Sobre su padre dice que “él está mejor, o peor, según los casos, que cualquier persona de 87 años, con días buenos y días no tan buenos, pero sigue trabajando en lo suyo, siempre”.

Aunque percibe una jubilación mínima, sigue viviendo de los recursos menguados de su Escuela de Psicología Social, que otrora se llamó El Bancadero. La pandemia lo golpeó, como a todos y más que a todos, y la alarma sonó porque estaba adeudando el pago del alquiler de la casa en la vive con su actual pareja.

Luciano dice que su padre “sigue viviendo con su estilo y va a ser siempre así, un gladiador”. Fueron sus allegados, las personas que lo conocen de toda la vida, las que lo convencieron de que él también podía y debía pedir ayuda. “A mi viejo le costó mucho llegar a este pedido” público.

Hace un par de meses, “mi viejo me llamó para que lo ayude porque tenía problemas con la computación, para el índice de su nuevo libro. Me llamó la atención porque él siempre tiene gente que lo ayuda en esas cuestiones”. En un nuevo llamado, al poco tiempo, “lo encontré preocupado por otras cuestiones que no lo dejaban dormir, que lo preocupaban, como el aumento del alquiler, la deuda que tenían y la posibilidad de una mudanza que no era conveniente para él”.

Para explicar la forma de vida del “gladiador”, Luciano afirma con una sonrisa que su padre “vive en una economía precapitalista, una economía del trueque”.

En ese marco surgió la idea de pedir ayuda “a toda esa gente que lo quiere mucho y que tenía que conocer la situación en la que estaba, porque mi viejo siempre se manejó a su modo y le cuesta salir a pedir ayuda”. En estos años, la Escuela de Psicología cambió la duración de la carrera, que pasó de cinco a tres años, tiene nuevas autoridades y ahora se estudia la posibilidad de un relanzamiento. Ante una situación “bastante desesperada”, Luciano y Malena, los hijos de Moffat, iniciaron la campaña de ayuda solidaria. “Me ha llamado gente que quiere mucho a mi viejo, que asegura que él fue quien les cambió la vida y quieren ayudarlo”.

Alfredo Carlos Moffat, su nombre completo, aunque el segundo “no lo uso” --aclara--, ha participado solidariamente en catástrofes, una de ellas la del boliche Cromañón, donde asistió a familiares de los 194 fallecidos y a varios de los sobrevivientes. En un reportaje-homenaje que le hizo la Biblioteca Nacional y que está en Youtube, Moffat dice con su humor característico que cuando nació, el 12 de enero de 1934, en el Hospital Rivadavia, su madre lo convenció de que era “el bebé más lindo que nació ese año”. Eso le dio “mucha seguridad en este mundo”. Y mucho más cuando a los 4 años, su mamá le dijo “a una lavandera , que Alfredito (es decir él) es muy inteligente”. Para no desmentir a su madre, Moffat es arquitecto, psicólogo social, psicoterapeuta y psicodramatista. Su madre era alemana, llegó al país después de la guerra, y su padre, nacido en Temperley, era de ascendencia inglesa.

A los cuatro años su mamá quedó paralítica y vivió separada de ella, y de su padre, que viajaba mucho. Convivió con distintas familias y sostiene que se convirtió en un “antropólogo infantil”. Se dedicaba a “armar juegos, para que me admitan” otros chicos, porque era hijo único. “Es lo mismo que hice después con El Bancadero, lo hice para que me admitan”. Estuvo separado de su madre, por la enfermedad de ella, durante cuatro años, hasta que la familia se volvió a reunir cuando se mudaron a Pergamino. “Igual, quedó un agujero”, asegura Moffat.

A los 9 años armó un grupo de lectura, del que era “presidente por lista única”, al que concurrían amiguitos para leer Rico Tipo, Mundo Argentino y otras publicaciones de la época. Alfredo era lector de Kafka y Dostoyevski. Dijo que estudió arquitectura “por imposición de mi padre, que pensaba que yo y mi madre éramos dos objetos de él”. El quería estudiar medicina “para curar a mi madre”.

Cuando tuvo independencia se dedicó “a curar locos” y a trabajar en obras comunitarias “sin plata y sin permiso”, De esa manera “y con la misma gente, los pacientes, hicimos El Bancadero, La Peña Carlos Gardel, La Cooperanza y después La Colifata”. Sus ideas siempre estuvieron dirigidas “contra el sistema, contra los manicomios, una institución tan represiva, tan dominante”. De esa armó “una comunidad terapéutica” que pudo sobrevivir “porque nos defendían la Universidad y los medios” de comunicación. Su maestro fue Enrique Pichón Riviere, a quien él considera “como un padre intelectual y algo más”. Tuvo cuatro matrimonios y “tres parejas intermedias”. Ama el recuerdo de su madre, “una alma antinazi”.

Es desopilante cómo cuenta el comienzo de su amistad con Horacio González, a quien conoció durante un viaje a Bolivia. “El era muy joven, tenía 18 años, yo era mochilero y él estaba en lo mismo, pero cargaba una valija, era muy cómico, nos hicimos amigos enseguida”. Mofatt, fundador de la Escuela de Psicología Argentina, un innovador que estuvo dedicado a ayudar, hoy necesita ayuda, a través de esta alternativa.