Después de un año y medio, la Orquesta Sinfónica Nacional regresa a los conciertos en vivo en su sede natural, el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner. Con una disposición particular en el escenario, que observa la distancia entre los músicos según los protocolos sanitarios, el miércoles a las 20 el cuerpo artístico creado en 1948 se presentará en una formación reducida –como orquesta de cuerdas–, bajo la dirección de Carlos Vieu en calidad de invitado. El programa, que equilibra obras de distintos tiempos y latitudes, incluirá Metamorfoseando, del compositor argentino Gerardo Gardelín y el Divertimento en Re Mayor K. 136, de Wolfgang Amadeus Mozart, y Serenata para cuerdas, en mi menor, Op. 20, de Edward Elgar. Las entradas, gratuitas, se pueden reservar ingresando a www.cck.gob.ar.

Se terminaron los diálogos musicales a través de las ventanitas del Zoom y la comunicación remota. Volvieron los ensayos presenciales y comienza lo que en el ámbito de la orquesta se respira como un tiempo de esperanzas. Acaso una etapa de reconstrucción. “Tocando y viéndonos las caras es otra cosa”, dice Luis Roggero, concertino de la orquesta. “No sabría decir qué voy a sentir al regresar al escenario, porque nunca me pasó de estar tanto tiempo sin tocar en público. Lo que sí puedo decir es que tocar para un micrófono, dos camarógrafos y dos sonidistas en una sala vacía me producía una sensación muy extraña”, agrega el violinista. “La tecnología está buenísima para hacer trámites, evitar viajes y esperas, contactarse con alguien en la otra punta del planeta y muchísimas cosas más, pero para hacer música acústica entre cuarenta o cien personas, que es lo que ofrecemos desde la Sinfónica Nacional, lo ideal es la presencialidad”, interviene Hugo Asrin, contrabajista.

“Después de los primeros compases de la Serenata de Elgar en el primer ensayo volví a sentir la maravilla de estar inmerso, otra vez después de mucho tiempo, en un mar de sonoridades, y que cada uno de nosotros volvíamos a ser responsables de construirlo, modelarlo y modificarlo en cada partícula”, continua Asrín. “Para nosotros volver a tocar es volver a vivir, porque nuestro trabajo se completa con la presencia del público. Estuvimos mucho tiempo con el fantasma de no saber cuándo podríamos volver y ahora este regreso a los escenarios nos llena de expectativas. Me viene en mente la canción de María Elena Walsh ‘Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra’”, interviene Teresa Fanstein Day, violonchelista.

Después de varios meses, la expectativa por el regreso a los escenario de la Orquesta Sinfónica Nacional plantea interrogantes que tienen que ver con el modo en que los rigores de la pandemia y la imposibilidad de tocar juntos repercutieron en la orquesta en términos musicales. “Cualquier grupo que no toca junto por tanto tiempo seguramente pierde un poco de sincronía, incluso de empatía. Este regreso también plantea situaciones nuevas, ya que por las exigencias de los protocolos sanitarios, en el escenario los músicos estamos distanciados y bastante lejos del director. Esto es también nueva experiencia, pero nada que no pueda vencer el entusiasmo que tenemos en este momento”, asegura Roggero.

“Nosotros somos apasionados por lo que hacemos y nuestro refugio en todo este tiempo fue la música, nuestros instrumentos. Puertas adentro estuvimos muy conectados con nuestra profesión, estudiando. En este sentido en lo individual seguramente no hubo pérdidas, pero por supuesto que el hecho de no tocar juntos tiene su costo”, interviene Fanstein Day. “Si el rendimiento individual sube, naturalmente el rendimiento de la orquesta también, siempre y cuando las condiciones de trabajo sean favorables”, agrega Asrín.

Condiciones favorables. Hace muchos años que el mayor organismo sinfónico del país, que debiera ser algo así como “la selección nacional”, no recibe el trato que su historia le acredita. Durante los años del macrismo, cuando estuvo en la órbita de la degradada Secretaría de Cultura a Cargo de Pablo Avelluto, la orquesta se vio en la situación de tener que exponer sus reclamos, nunca atendidos, ante el público antes de cada concierto. No obstante, su nivel artístico se mantuvo y en 2019 recibió el Premio Konex de Platino a la mejor orquesta argentina de la década. “Si entramos en detalle hacen falta muchas cosas, pero lo central es el presupuesto”, asegura Roggero. “Los sueldos son muy bajos y eso hace que los llamados a concurso para cubrir cargos no sean muy atractivos para los jóvenes más talentosos”, agrega el concertino de la orquesta.

“Necesitamos un presupuesto acorde al prestigio del organismo, que permita la contratación de solistas y directores y para que podamos mantener nuestros instrumentos, que aportamos nosotros y que son muy costosos. Además sería oportuno actualizar los reglamentos, que son de cuando la orquesta se formó hace más de 70 años”, dice Fanstein Day. También la sede de la orquesta es uno de los pendientes. En este sentido, el CCK debía ser el espacio adecuado, pero a raíz de sus distintos cambios de órbita entre las áreas de Medios y de Cultura, la situación no se termina de definir. “Hoy el CCK depende del Ministerio de Cultura, con el que la Sinfónica tiene un excelente diálogo. Por eso no dudamos que en la medida que sigamos avanzando con la presencialidad tendremos los espacios y las condiciones favorables que necesitamos para recuperar el mejor funcionamiento de la orquesta”, concluye Asrín.