La sanción a Messi es tan estricta como reglamentaria. Un jugador que insulta a un juez de línea no podía esperar otra cosa. A no ser que se considere impune. El mejor futbolista del mundo ni siquiera se tapó la boca para disimular el agravio como hace ahora la mayoría de sus colegas. Dicho esto, establecido el castigo de cuatro fechas –que es apelable y no definitivo– surgen algunas reflexiones. 

La primera es que la medida se tomó en la FIFA. Una institución corrupta, desacreditada, que perdió legitimidad para aplicar su disciplina planetaria. Esa que en la historia ha ido más contra los débiles que los fuertes, que hizo de laissez faire, laissez passer una política de Estado con sus propios dirigentes. Analizada desde ese lugar, la suspensión a Messi puede dar para la polémica. Es el correctivo que una multinacional desprestigiada toma contra uno de esos futbolistas que le hacen ganar mucho dinero. 

La segunda reflexión apunta al uso de la tecnología. Las cámaras del estadio Monumental fueron determinantes para sentenciar al jugador del Barcelona. Así ocurrió en otros casos en los que el árbitro no había informado lo sucedido: cuando el uruguayo Suárez mordió al italiano Chiellini o el chileno Jara le metió un dedo en el traste al uruguayo Cavani. Si los jugadores no tomaron nota, ni aún con decenas de cámaras apuntándoles durante 90 minutos, sanciones como la que sufrió Messi serán siempre una posibilidad real. Se pueden aplicar de oficio.

La decisión de la FIFA multiplica la desazón sobre el fútbol argentino en un momento sensible. Llega un día antes de que asuma la presidencia Claudio “Chiqui” Tapia. También en un clima de internas entre dirigentes que seguirán por un tiempo indefinido. Los problemas de fondo que vive la AFA no se resolvieron. El gobierno nacional tampoco dio muestras de frenar su injerencia en el fútbol. Mauricio Macri pretende manejarlo a control remoto desde la Casa Rosada. 

Si la FIFA tenía que castigar con dureza a alguien, debería haber sido a la AFA y mucho antes. Pero su presidente Gianni Infantino es más de lo mismo. Es el máximo responsable de una maquinaria que decidió hacerse un lavado de cara y el agravio de Messi a un juez de línea le vino de perillas. 

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