El lema de la ilustración -parafraseando a Immanuel Kant- era “atrévete a saber”, pero en la Prusia de su época (s. XVIII) era imposible “saber”, sin las herramientas predilectas de la educación moderna: leer y escribir. Su masificación tardó casi dos siglos en arrojar resultados satisfactorios. Como señala la OCDE (How Was Life? - Global Well-being since 1820), hacia principios del siglo XIX, sólo el 12% de las personas en el mundo sabían leer y escribir. Hoy dicha cifra se revirtió y ocho de cada diez personas son alfabetizadas, generando el apogeo de la educación superior. Siguiendo al célebre historiador Eric Hobsbawm (La era del imperio: 1875-1914), la cantidad de universidades en el mundo se incrementó 42% entre los años 1875 y 1913, pasando de 507 a 720 instituciones respectivamente. Sin embargo, la dinámica de esta travesía intelectual no se detendría allí. Según datos de la UNESCO, la matrícula de la educación superior en el mundo pasó de 13 millones de estudiantes en 1960 a 207 millones en 2014 (La educación superior en el siglo XXI: Visión y acción; Seis maneras de asegurar que la educación superior no deje a nadie atrás). 

Si bien se podría sostener que hoy el conocimiento es más accesible para un mayor número de personas respecto a los cien años precedentes, el desafío de la modernidad es arrimar el saber a cada vez más cantidad de personas. 

En este sentido, la divulgación -del latín divulgatio, esparcir algo entre la gente común- hace mella en una sociedad caracterizada por la vertiginosa vorágine cotidiana. Divulgar es el esfuerzo por traducir lo que se produce en las universidades o en instituciones como el CONICET, para que nos interpele en nuestra vida cotidiana. En relación a esto, el biólogo Diego Golombek señala que si bien “la investigación profesional es obviamente para quienes se dedican a ello -luego de muchos años de formación y el ejercicio del trabajo-, la mirada científica excede a ‘los científicos’ y debiera ser patrimonio de todos: cualquier persona debe ser capaz de ejercer y de disfrutar la ciencia”. El autor de La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas (Siglo XXI), esgrime que “contar la ciencia es parte de este proceso de abrir el juego, de mostrar una forma de mirar el mundo y obrar en consecuencia. Ojalá lleguemos cada vez más lejos, incluso de contrabando, a otros públicos y otros contagios”.

El arte de divulgar:interés, masividad y nuevas tecnologías

La divulgación del conocimiento fue exitosa a lo largo de la historia cuando supo hacerse de tres elementos claves: el interés, la masividad y las nuevas tecnologías.  

El interés fue siempre un elemento que exigió ser estimulado para provocar la atención, pero hoy, el desafío adicional es que nuestra atención tiene múltiples fuentes de dispersión que compiten simultáneamente por ella. ¿Cómo competir con una notificación de Facebook o el like de una foto en Instagram? Interpelar al destinatario es la clave. El contenido de la divulgación tiene que poder decirnos algo de nuestra vida cotidiana, problemas, deseos y frustraciones. El éxito editorial de los libros terapéuticos –peyorativamente llamados “de autoayuda”- no se origina en hablar de un mundo ajeno al lector, sino de encontrar múltiples intersecciones con su realidad sensible, es decir, aquello que experimenta diariamente. 

El segundo elemento de la divulgación es la masividad. Cuando el medio por el cual circula el conocimiento se agota, es decir, ya no es masivo, es hora de buscar nuevos formatos de comunicación. 

La divulgación nunca se limitó a los medios –tercer elemento- de los que dispuso, sino que los utilizó hasta agotarlos, para luego migrar a otros. De la palabra hablada, a los dibujos rupestres y posteriormente la escritura; del libro elaborado artesanalmente por los monjes copistas (s. V al s. XV) a las ediciones producidas por la imprenta de Johannes Gutemberg (s. XV); de la radio a la televisión (s XX); de la computadora al smartphone (s. XXI). La forma estética, el medio con el que se expresa el conocimiento, es secundario. Lo importante es que circule. 

Como señala Pablo Boczkowski –profesor de Ciencias de la Comunicación, codirector de MESO y coautor de Titulares, Hashtags y videojuegos: la comunicación en la era digital (Manantial)- en Todo es fake, el podcast de Revista Anfibia, vivir en un mundo “multipantallas” como el de hoy, es vivir en un contexto en donde las pantallas superaron a las personas y donde el consumo de redes sociales es el 17% de nuestro tiempo de vigilia: “en los últimos 20 años se vendieron en el planeta más de 20 mil millones de celulares y solo en 2016, más de 1.600 millones de smartphones”. Es difícil sostener el argumento, propio de finales del siglo XX, de que el mundo moderno se escinde entre el real y el virtual. Sobre todo, como si este último, el virtual, no fuera “real”. Lo interesante para la academia no es intentar revertir esta situación, sino aprovechar los beneficios que los nuevos dispositivos podrían generar respecto a la divulgación científica. 

Nuevos temas en la agenda de la sociedad: ¡S.O.S. divulgadores!

La divulgación no es una novedad en nuestra formación intelectual. Pasamos de los sofistas a Canal Encuentro y de Protágoras a Adrián Paenza. Pero lo que persiste a través de los años es el adversario contra el cual la divulgación se embate. Heredamos de la tradición platónica el supuesto de que la verdad, el conocimiento y el saber es excluyente. Algo tan puro que solo pertenece al mundo de las ideas, inaccesibles para las personas (excepto los filósofos). Los antiguos griegos supieron exponer a través de diversas obras esta tensión entre el saber masificado y el reservado para una minoría. La tragedia que sucumbe a Edipo – en la clásica obra de Sófocles, Edipo Rey- es producto del castigo de los dioses a partir de su pretensión por el conocimiento. La advertencia estaba hecha: si un simple mortal se atrevía a pretender alcanzar el saber –algo exclusivo de las deidades- asomarían ante su camino todo tipo de calamidades. Edipo pasó, tras su osadía, de ser Rey de Tebas a un desterrado, ciego y artífice asesino de su padre y madre.

Lo difícil de superar este supuesto es que, tras 25 siglos, persiste aferrado en nuestro sentido común y se expresa constantemente en zonceras del estilo “el saber está en los libros” o “para saber hay que estar horas leyendo y estudiando”, etc. El conocimiento no es ciertamente patrimonio de los libros, sino de la humanidad; hubo conocimiento antes del primer libro y lo habrá con posterioridad al último.

En el siglo XX superamos el temor a conocer. Con una clara actitud sofista, la divulgación diseminó saberes que conmovieron a miles de personas en todo el mundo. ¿A cuántos universitarios les empezó a interesar su área de estudio a partir de divulgadores como Carl Sagan -autor de diversos libros y la mítica serie Cosmos: un viaje personal-, Eduard Punset -divulgador de psicología y neurociencias-, Yuval Harari -historiador y autor de Sapiens: De animales a dioses- o el propio Stephen Hawking, autor de bestseller Breve historia del tiempo?

Para todos ellos, algo fue claro: la divulgación no agotó el saber, lo estimuló. Los divulgadores no intentan remplazar o subsumir el lugar de la academia. De lo que se trata no es de reducir el conocimiento, sino de acercar el saber y volverlo accesible. En definitiva, no se puede pensar lo que no se conoce, como no se conoce lo que no es accesible a nosotros.

Una de las temáticas que la divulgación ha sabido profundizar en los últimos años es sobre la perspectiva de género en diversas disciplinas. Virginia García Beaudoux es doctora en psicología, docente en la carrera de Ciencia Política de la UBA y autora de diversos artículos sobre comunicación política y perspectiva de género. Sobre el rol de la divulgación en su área de trabajo señala que “la divulgación es de suma importancia. Es muy difícil atacar o resolver problemas, cuando realmente no tenemos claridad de por qué existen, cuáles son sus orígenes o las dimensiones que tiene. Un ejemplo de ello es la perspectiva de género: se suele afirmar que los partidos políticos no ponen candidatas en sus listas porque no hay o faltan mujeres en sus partidos. La divulgación nos ayuda a saber que, en América Latina, más de la mitad de los militantes de los partidos políticos son mujeres, pero ellas representan menos del 15% de los presidentes y secretarios generales de los mismos. Si uno conoce estos datos -porque se divulgan- nos ayudan a derribar mitos”. 

La coautora de El Atlas de la revolución de las mujeres (Capital Intelectual), enfatiza la importancia de visibilizar la información producida desde la academia: “Se suele escuchar que ‘cuando las mujeres se lo proponen, llegan’ y que cuando no lo hacen ‘es porque no se esfuerzan lo suficiente’. A partir de la investigación se sabe que este es un problema colectivo y que por lo tanto la solución no va a ser individual sino colectiva. La divulgación 

La divulgación de los datos nos muestra que en 2017 sólo el 23% de las bancas en los parlamentos del mundo estaban ocupadas por mujeres y menos del 18% de los ministros del planeta son mujeres, etc. Conocer los datos nos hace entender la realidad de otra manera, derribando los estereotipos y los prejuicios que teníamos previamente” concluye la investigadora del CONICET y autora de ¿Quién teme el poder de las mujeres?: bailar hacia atrás con tacones altos. 

Así las cosas, a casi dos décadas de haber comenzado el siglo de las redes sociales y los smartphones, el desafío de la academia hoy es abrir cada vez más sus puertas, incorporando a través de la divulgación científica a las futuras generaciones de graduados. 

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