El almuerzo está listo. ¿El menú? Milanesas al horno y una buena ración de ensalada de lechuga, tomate, zanahoria y huevo. Mientras Lorena Moukarzel invita a sentarse, José Luis Santero pone los platos, los vasos, los cubiertos y el agua. “Ya estoy acostumbrado. Tengo la casa en mi cabeza, sé cómo está ubicado cada mueble. Prendo la hornalla y puedo cocinarme solo porque voy llamando al 113 para que me indique la hora para darme cuenta cuándo debo darla vuelta. Lavo la ropa del día en el lavarropas. Soy todo una amo de casa”, dice con una sonrisa empática y pícara que relaja. En verdad, en esta casa no existe el alcohol, las grasas, los aceites o las galletitas industriales. Basta con dar un pantallazo en la cocina para advertir que la alimentación sana es la que rige sus días: cereales, envases con proteínas y galletas de arroz decoran la mesada que reluce de lo limpia que está. En el comedor, los trofeos desbordan las paredes. Fotos de José y de Lorena señalan a cualquier desprevenido que están en la casa de dos atletas. “Ya está, ahora a comer”, ordena José y se zambulle en su almuerzo. Resulta imposible rechazar semejante oferta.

Hace un puñado de horas concluyó su primera sesión de entrenamiento en la renovada pista de atletismo de Lomas de Zamora. Fueron 14 pasadas de 400 metros, furiosas a ritmo de 3000 metros junto con su guía Gabriel Jalile. “Después de charlar con vos, me voy a dormir un poco porque a la tarde me toca el segundo turno”, advierte José. Lorena ya no está, se fue al colegio donde es profesora de educación física. José permanecerá solo hasta entrada la tardecita. Santero es atleta no vidente. Tiene 41 años y empezó a perder la vista en 2005. Luego de una batería de estudios, el médico le explicó que no sólo tenía miopía y astigmatismo, algo común en muchas personas, sino que padecía queratocono (cornea con forma de cono, una enfermedad progresiva). “Lo más grave es la retinosis pigmentaria que descubrí a los 28 años cuando, justo, quería operarme”, cuenta Santero, que antes de convertirse en atleta paralímpico fumaba hasta dos atados de cigarrillos por día. Fumaba tanto como pesaba: 101 kilos. “Era una bomba de tiempo. Una bomba que estalló cuando falleció mi vieja en 2007. El cambio fue tajante, drástico. Empecé a fumar casi a los 15 años y los últimos 5 años antes de dejar, fumaba 40 puchos por día. Ya llevo 12 años sin tocar un cigarrillo. Al año de dejar de fumar empecé a correr y no paré más”.

En realidad, José cambió una adicción por otra, un vicio insalubre por uno saludable, aunque igual de adictivo. “Encontré en el atletismo un amor, una pasión que me permitió dar un vuelco en mi vida y convertirme en el que soy hoy: un atleta y ahora eso me encanta. Nunca me imaginé ser atleta. Sí representar al país en fútbol, jugaba de 5 como Redondo. Jugué en Ferro y en una liga de fútbol de salón”.

–Hace 13 años empezaste a perder la vista de manera gradual, ¿cuándo fue el cambio radical?

–Después de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Hasta Londres algunos entrenamientos podía hacerlos solo. Podía ver el reloj, veía conos si los ponía en determinados lugares de la pista como para ubicarme. Hoy no me sirve ponerlos porque no los veo. Hoy sin guía no puedo entrenar. Ya hace dos años que no puedo entrenarme solo. Por eso, ahora, uso el bastón blanco que es para no videntes.

–¿Costó ese cambio de color en el bastón?

–Costó. Usaba el [bastón] verde y estaba identificado con ese. El que me ve, a simple vista, cree que yo veo porque no tengo los ojos doblados, ni cruzados, ni blancos. Así me dicen (se ríe). Ahora veo una sombra, no sé qué tenés puesto, no me doy cuenta si sos barbudo. Me di cuenta recién cuando me saludaste. Ahora te estoy viendo como si tuvieras vestimenta marrón (NdR: estaba con una remera verde y un pantalón claro).

–Corriste el maratón en los Paralímpicos de Londres 2012, debiste estar en Río 2016 pero la dirigencia te excluyó por el sistema de cupos y ahora aspirás a Tokio 2020. ¿Qué es lo más difícil: entrenar y correr o conseguir un guía?

–Uffff… lo más difícil es conseguir un guía. Sobre todo desde la muerte de Ale [Alejandro Luchik, falleció tras el medio maratón de Rosario] en 2016. Fue el 17 de mayo, justo el día del cumple de Lore. Se descompensó y a las 48 horas falleció. Me tiró en la primera parte y después seguí con otro guía y Ale, bueno y generoso como siempre, le tiró los últimos kilómetros a Sofía Luna quien realizó el récord nacional sub 23 de la distancia. Cuesta mucho encontrar una persona, un guía que no sólo corra rápido. Eso es importante, claro, pero correr rápido no alcanza para acompañar a una persona con insuficiencia en la vista. Es tener el timming de llevar a la otra persona, es ser los ojos del otro. Eso se practica, se aprende. No hay escuelas de guía. Es un proceso entre el dote físico y el aprendizaje de los códigos.

–¿Con qué dificultades te encontraste a los largo de los años desde que decidiste empezar a correr?

–Con muchas, por ejemplo, el apoyo. Pero trato de no pensar en eso porque éste es un país que no apoya a los atletas con discapacidad. Es cruel, no se los considera. Tal vez porque creen que no somos marketineros. No vende un Juego Paralímpico, no tiene la misma exposición que uno convencional… Y en las carreras que se disputan en el país, mucho menos. A veces creo que piensan que, como somos pocos, no hay nivel.

–Es un punto concreto, real y verdadero tu reclamo de premios igualitarios que incluya no sólo a los atletas convencionales sino también a los discapacitados. Vos sos un atleta de elite que corre los 10km en 34 minutos o menos, no sos un corredor o un runner. Puede sonar o quedar políticamente incorrecto, pero ¿te parece justo que reciba un premio un atleta al que vos, por caso, le sacás 20 ó 25 minutos en completar los 10km?

–Todas las discapacidades merecen el reconocimiento, coincido en dimensionar entre quiénes son atletas y quiénes no. En Rosario hasta el año pasado, antes de cambiar de sponsor deportivo, premiaban económicamente y te exigían un tiempo mínimo para acceder al premio. Eso está bien porque sirve para ordenar entre quienes son atletas y quienes son corredores amateurs. Es como las becas del Enard o de la Secretaría que dan el aporte económico por excelencia. Creo que ahí los organizadores de carreras de calle podrían diferenciar para darle relevancia. Las veces que me senté con un organizador no fue para esto que podría ordenar las cosas. Cuando lo hice fue con [Sebastián] Tagle, del Club de Corredores, que había decidido que los atletas con discapacidad, en sus carreras, salieran de atrás de todo. Le dije que era una locura porque yo voy a las carreras a ganar, a competir. Por suerte, nos pusimos de acuerdo y creó una elite de discapacitados. Si esto se pudo solucionar, por qué no podrían hacerlo con el tema de los premios.

Como atleta de elite, Santero supo tener la beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard), pero en diciembre de 2016 se la quitaron porque no corrió un maratón. Lo concreto es que la Federación Argentina para Ciegos (Fadec) lo dejó afuera de Río 2016 por el sistema de cupos que tiene cada país. “No estaba registrado a nivel internacional ni a nivel Comité Paralímpico Internacional (IPC). El año pasado corrí Chicago y no hice una gran marca (2h58m), quedé entre los 10 del ranking mundial. Por eso, la volví a pedir y aún no tuve respuesta. Y la de la Secretaría de Deporte me la acaban de sacar”, describe el corredor que sólo recibe apoyo económico del Municipio de Lomas de Zamora. “Pertenezco a Fadec pero no practico con sus entrenadores porque no tienen uno de fondo y eso no ayuda al momento de reclamar lo que me correspondía: ir a Río porque había logrado la marca mínima”, advierte el atleta que hace unos meses se entrena con Fernando Díaz Sánchez, después de estar 5 años con César Roces y, antes, otros 5 años con Toribio Gutiérrez. “Precisaba un cambio, me sentía un poco chato, hoy busco remotivarme”, afirma.

–¿Qué cosas son las que más extrañas ver?

–Soy muy numerólogo, me encantan los números. Si me dicen que tengo que hacer la pasada en determinado tiempo quiero correr en ese tiempo y hoy dependo del guía que tiene que correr y hablar. Extraño ver el rostro de una persona, sobre todo el de Lore.

–¿Qué recordás de Lorena?

–Recuerdo el rostro de Lore. Gracias a Dios la pude ver… la pude elegir, mejor dicho. Fue hace 10 años, el 27 de marzo de 2008. Extraño verme en un espejo, si me salió un grano, cosas comunes que una persona que no tiene la dificultad visual puede hacer a diario. Ver un partido, ver un gol de Boca. Hoy escucho los partidos por la tele y me imagino la cancha porque jugué muy bien al fútbol y cuando relata un buen relator me transporto al campo de juego y me imagino ahí.

–¿Qué darías por volver a ver?

–Siempre miro el vaso medio lleno. Recuerdo cuando fui a Londres 2012 y los chicos me contaban las discapacidades que hay… soy honesto: lo mío no es nada comparado con otras personas. Yo no veo, no me veo en un espejo, no diferencio un colectivo del otro, pero soy una persona inmensamente feliz. Sé que es difícil, pero mi discapacidad es leve comparada con las demás discapacidades. Yo me puedo transportar a donde quiero y de última pregunto. Otras personas dependen completamente. Daría todo por volver a tener a mi vieja. La extraño, extraño conversar con ella. Los afectos son más importantes que la propia vista.

Al referirse a los afectos, a los amigos, a la familia, el rostro de José cambia, se transforma. Da la sensación de estar mirando fijo, a los ojos. Pero no, si fuera así, en ese instante es cuando deja pasar algo de historia que aún lo sacude: su papá. “Mi viejo nos dejó cuando yo tenía 1 año y medio o 2 y lo volví a ver recién cuando falleció mi mamá. Como no estaban divorciados formalmente, de acuerdo al propio pedido de ella, necesitaba que él firmara el permiso para cremarla”, cuenta. “Por ella lo ubiqué y me fui hasta San Miguel del Monte, donde él vive, para que firmara el permiso y nunca más lo vi. Fui, firmé y me fui, nunca le pregunté, ni lo haría, por qué se fue. Yo tengo la media verdad: la de mi vieja porque él nunca se interesó en que yo supiera su verdad. Si yo tuviera un hijo lo buscaría por cualquier medio para que me vea, me escuche, me tenga cerca. Él no lo hizo, por qué debería darle esa posibilidad”.

 

Carlos Sarraf